El 8 de diciembre se cumple el 150 aniversario del nacimiento de Georges Méliès (1861-1938) y aún en nuestros días este pionero del cinematógrafo continúa estando de actualidad.
Méliès fue uno de los primeros asistentes a las sesiones de cine de los Hermanos Lumière. Lo que vio le cautivó. Méliès era un empresario con un teatro donde realizaba sus espectáculos de magia y prestidigitación. Quiso incorporar el nuevo invento de los Lumière a sus espectáculos, pero éstos no se lo quisieron vender, por lo que fue preciso que construyera su propia cámara cinematográfica.
Las películas de Méliès no eran filmaciones de sucesos reales y prosaicos, como las de los Lumière, sino que contaban hechos que nunca habían ocurrido. Al poco tiempo de inventarse la cámara, no solo se dio cuenta que aquella cámara podía mentir, sino también de que en el corazón de la tecnología del cine había un truco de magia. Hizo falta un mago para comprender que las películas son, por definición, magia.
Dice la leyenda que un día, filmando el tráfico, el celuloide se atascó en la cámara. Cuando empezó a rodar de nuevo, el tráfico había cambiado. Al proyectar la película, se veía un coche fúnebre cruzando la pantalla… y de pronto, se convirtió en un tranvía. Méliès creó en la pantalla efectos especiales que nunca habría podido hacer en el escenario. Con el paso del tiempo, la grandeza de los efectos de este gran cineasta fue en aumento. Su obra más famosa fue Viaje a la Luna (1902). Sin embargo sus creaciones, cada vez más ambiciosas, llevaron a su empresa a la bancarrota. En 1914, su negocio había dejado de existir, y Méliès se encontraba arruinado.