Costó cuatro millones de pesetas (24.000 euros) y recaudó más de ochenta (480.000 euros). El fontanero, su mujer... y otras cosas de meter (1981), es posiblemente la película más famosa del murciano Carlos Aured (1937-2008). Cineasta de serie B, restringido al cine de terror primero y al cine S después, su nombre se ha asociado a la comercialidad pura y dura, a algunos de los largometrajes más burdos de los años setenta y ochenta.
Se podría pensar de él que fue un alegre personaje contracultural, algo así como una versión de bolsillo de Jess Franco. Pero su historia, dice el crítico valenciano Miguel Ángel Plana, es otra muy distinta; es el relato de alguien que jamás tuvo una oportunidad decente para hacer una buena película; un creador que tuvo que recurrir a los ardides más básicos para conseguir vivir de lo que más amaba, que era el cine; un creador que murió sin saber cuánto talento tenía porque nunca lo pudo poner a prueba.
Para descubrir este personaje tan desconocido como mentado, Plana ha escrito su primera biografía. El libro fue presentado oficialmente el pasado día ocho de noviembre de 2014 en el marco de las jornadas FANTASTI´CS 14 de Castellón. Lleva por título Carlos Aured: Nostalgia y pasión y en su redacción no sólo ha acudido a las muchas entrevistas que le realizó en vida sino también a su viuda, Virginia, así como a compañeros de rodaje y actores como por ejemplo Silvia Tortosa, quien trabajó con él en películas como Susana quiere perder... eso (1977), en un pequeño papel, o El enigma del yate (1983).
Todos ellos han coincidido en destacar, dice Plana, la bonhomía de Aured así como su capacidad para filmar. "Era muy disciplinado, con mucho más talento del que la gente se pueda imaginar", asegura el crítico valenciano. Y sin embargo, el murciano, que falleció en Dènia, ha quedado como quintaesencia del cine tosco patrio. Por hacer lo que tocaba. Por plegarse a los supuestos gustos del público. Por negarse a sí mismo.
Cumplida la veintena, Aured quiso entrar en la industria cinematográfica y lo hizo siguiendo los cauces habituales, como meritorio, "ganando puntos". Fue ayudante de dirección de Luis García Berlanga en ¡Vivan los novios! (1970), de Rafael Moreno Alba en Las melancólicas (1971) y, sobre todo, de León Klimovsky, con quien rodó Los hombres las prefieren viudas (1970), La noche de Walpurgis (1971), el filme que convirtió en un mito aPaul Naschy, y La casa de las Chivas (1972), con guión del ínclito Carlos Pumares.
Klimovsky fue su mentor. Así se lo reconocía el propio Aured a Plana y queda recogido en el libro. "Fui su ayudante en unas seis películas. Era un maravilloso artesano del cine y manejaba a la perfección la cámara, el montaje, los presupuestos... A su lado yo aprendí seguramente el 90 % de lo que sé", le decía. Su afecto era mutuo. Klimovsky siempre prensó que Aured era el joven cineasta con más futuro por su sensibilidad.
De ahí que no sea extraño que una de sus primeras película fuera, precisamente, una secuela de un film de Klimovsky. Se trata de El retorno de Walpurgis (1973), que se estrenó en todo el mundo como Curse of The Devil. Era, según el propio Aured, "mucho más que una secuela". Violencia, pechos de mujeres intuidos, litros de sangre, el film es todo un compendio de los tópicos del cine de terror de los setenta de serie B y resulta inevitable sentir simpatía por su torpe aspecto. Es, con diferencia, su mejor película. Con una más que discreta ambientación histórica, no había dinero para más, el largometraje es mejor por lo que deja intuir que quería ser que por lo que finalmente se ve en pantalla.
Además de darle a conocer, le permitió consolidar su breve pero intensa relación profesional con el protagonista, Paul Naschy, con quien Aured ya había debutado en el cine con El espanto surge de la tumba (donde hacía su aparición una jovencísima María José Cantudo), y con quien después trabajó en La venganza de la momia antes del éxito de El retorno de Walpurgis.
Tras rodar Los ojos azules de la muñeca rota, esta relación profesional finalizó abruptamente en 1975 en medio del éxito por un malentendido (Naschy creía que no querían contar con él en La noche de la furia y se sintió despreciado) y el binomio Naschy-Aured despareció. De hecho, incluso, durante años Naschy se convirtió en su mayor detractor, si bien con el tiempo se arrepentiría de esos comentarios.
Tras rodar Los ojos azules de la muñeca rota, esta relación profesional finalizó abruptamente en 1975 en medio del éxito por un malentendido (Naschy creía que no querían contar con él en La noche de la furia y se sintió despreciado) y el binomio Naschy-Aured despareció. De hecho, incluso, durante años Naschy se convirtió en su mayor detractor, si bien con el tiempo se arrepentiría de esos comentarios.
Décadas después, una vez recuperada la relación personal, ambos intentaron reverdecer laureles y amistad con el film maldito Empusa (2007-2010), inicialmente titulado La gaviota. Fue en vano. Aured se encontraba ya mal. Plana sospecha que empezaba a padecer los problemas físicos que acabarían provocando su muerte. Finalmente fue despedido nada más comenzar el rodaje y falleció a los pocos meses. Naschy moriría un año y 11 meses después sin llegar a ver finalizada la película, ya que falleció en pleno proceso de postproducción.
El primer largometraje de Aured sin Naschy fue una peculiar incursión en el cine de asesinos en serie, Los fríos senderos del crimen (1974), que él mismo consideraba "nefasta" y de la que no le gustaba hablar. El argumento pivotaba en torno a un psycho-killer donde la única pista para atraparlo era que fumaba mucho una determinada marca de cigarrillos y que los aplastaba de un modo característico. ¿Por qué esto? Muy sencillo, la casa Phillip Morris había puesto dinero, le explicó Aured a Plana. Product placement.
Convertido en poco menos que una caricatura de cineasta, el cliché que usaría como referente Iván Zulueta en su mítica Arrebato (1980) para el personaje que encarnó Eusebio Poncela, Aured se vio obligada a dar el salto al cine S, cine erótico con abundancia de escenas de desnudo pero sin insertos pornográficos, por pura supervivencia económica. Firmó así largometrajes tan rudimentarios como ¡Susana quiere perder... eso!(1977), La frígida y la viciosa (1981) y la célebre que nada celebrable El fontanero, su mujer... y otras cosas de meter (1981).
Convertido en poco menos que una caricatura de cineasta, el cliché que usaría como referente Iván Zulueta en su mítica Arrebato (1980) para el personaje que encarnó Eusebio Poncela, Aured se vio obligada a dar el salto al cine S, cine erótico con abundancia de escenas de desnudo pero sin insertos pornográficos, por pura supervivencia económica. Firmó así largometrajes tan rudimentarios como ¡Susana quiere perder... eso!(1977), La frígida y la viciosa (1981) y la célebre que nada celebrable El fontanero, su mujer... y otras cosas de meter (1981).
De todas ellas la que más predicamento tuvo fue la última, El fontanero... con su largo y chistoso titulo. Como película no era más que una reedición al alza del fenómeno del ‘landismo', con ‘españolitos medios' con gran actividad sexual. Así se lo explicaba el propio Aured a Manuel Romo en el documental Cuando España se desnudó (2005). "Decidimos que [el largometraje] iba dirigido a una clase medio-baja; decidimos que el protagonista tenía que ser una persona trabajadora, y, que por otra parte, tuviera acceso a los domicilios para así que pudiera ligar con las señoras y todo eso". El resultado fue penoso pero el éxito de público le hizo albergar esperanzas de que podría hacer otro tipo de cine. Habían querido tener espectadores y lo habían conseguido. Se merecía pues una oportunidad.
Se equivocó. Nadie se la dio. Tras El fontanero... le produjeron Apocalipsis sexual (1982), una especie de revisión del secuestro de Patty Hearst con Lina Romay (musa de Jess Franco) y la actriz porno transexual Ajita Wilson en el reparto. La película, que escribió solo y dirigió a medias con Sergio Bergonzelli, estaba lastrada por esa obsesión de incluir escenas de sexo, se llegaron a rodar después escenas pornográficas, y, aunque recaudó más de 40 millones de pesetas, evidenció que, cada vez que hacía lo que le pedían, que se plegaba a los deseos de sus productores, se alejaba más del cine.
Después llegó la maliciosa De niña a mujer (1982) que le robaba el título a Julio Iglesias yEl hombre del pito mágico (1983), dos films a cual más infame que sirvieron para darle de comer pero que, como es lógico, Aured nunca pensó que tuvieran un gran valor artístico.
Después llegó la maliciosa De niña a mujer (1982) que le robaba el título a Julio Iglesias yEl hombre del pito mágico (1983), dos films a cual más infame que sirvieron para darle de comer pero que, como es lógico, Aured nunca pensó que tuvieran un gran valor artístico.
Mediados los ochenta intentó volver a subirse al carro del género que le vio nacer, el terror, y mientras aceptó diversos trabajos en la profesión "por pura supervivencia y mantenimiento del contacto". El mismo año en que se despidió del cine erótico con El hombre del pito mágico, trató de recuperar su estatus con la "fallida pero muy aceptable" El enigma del yate (1983), dice Plana, un largometraje en el que volvió a trabajar con Tortosa tras ¡Susana quiere perder... eso!. También redactó el guión de El triunfo de un hombre llamado Caballo (1983), secuela de la película protagonizada por Richard Harris dirigida por John Hough y protagonizada por Michael Beck que fue un auténtico desastre.
Su última película, Atrapados en el miedo (1985), fracasó. Según le explicaba a Plana, "es una historia al estilo Halloween o Viernes 13, señor que se escapa de un manicomio y es indestructible. No era nada original, pero quería imprimirle algo diferente y salió una mala copia. No había presupuesto, una vez más", le explicó lacónico. Otro intento en falso. Otra decepción.
Su última película, Atrapados en el miedo (1985), fracasó. Según le explicaba a Plana, "es una historia al estilo Halloween o Viernes 13, señor que se escapa de un manicomio y es indestructible. No era nada original, pero quería imprimirle algo diferente y salió una mala copia. No había presupuesto, una vez más", le explicó lacónico. Otro intento en falso. Otra decepción.
Halló refugio en la televisión, en Canal Plus, como programador del cine pornográfico de la cadena. Fue su momento de mayor repercusión quizás. De su mano entraron en España las primeras emisiones de un género que ahora satura internet y que entonces supuso una revolución mediática. En la década que va de 1990 a 2000, Aured introdujo a los españoles en la pornografía con criterios de selección profesionales, como cualquier otro programador al uso.
Aunque adquirió cierta fama y era entrevistado por cadenas de radios y revistas, Aured se quedó atrapado con la frustración de no haber podido hacer nunca la película que deseaba, con el presupuesto que quería. "Nunca tuvo suerte y estuvo obsesionado con poder filmar algo que le dignificara como cineasta", comenta Plana. Esa oportunidad nunca llegó.
"Durante todos esos años, en los que no se dedicó a la realización de películas, no fue él del todo", dice su viuda en el libro. "Lo hacía porque necesitaba ganarse la vida. Durante su etapa en Canal Plus, se dedicó a controlar las películas pornográficas. Decía que hasta de ellas aprendía", añade. Donde otros veían un motivo para el onanismo, él encontraba un contraplano interesante.
Una vez dejó la cadena privada intentó levantar el proyecto Unidos por la sangre, un film de vampiros a partir de un guión de Plana y ambientado en la Guerra Civil. Acudió hasta Filmax en Barcelona, donde le dijeron que trabajaban con gente joven y/o con talento y que él no cumplía ninguno de los dos requisitos. "Aquello le dolió", dice Plana.
Llegó entonces Jacinto Molina, Naschy, y le propuso Empusa. Y aceptó. Pero no estaba ya para rodar. La experiencia, dice Plana, "fue un desastre". "Parecía que se había olvidado de hacer cine". La película, la completó el propio Naschy.
¿Cuál habría sido el cine que hubiera hecho Aured si le hubieran dejado? Uno diametralmente opuesto, según se puede desprender de sus propias palabras. "¿Adónde ha ido a parar la mágica pantalla de plata, la fábrica de sueños, la complicidad de la sala oscura?", le preguntaba a Plana. "[Los cineastas] Hemos olvidado que el cine es un arte de sensaciones y lo hemos transformado en una competencia de miedos, de presupuestos; en un ejercicio narcisista más para regocijo de los autores que para deleite del espectador". Hablaba en general, pero también podía hablar por sí mismo.
Murió en su casa de Dènia el domingo 11 de enero de 2008. Su pareja volvía de comprar y se lo encontró muerto. "Vivía para el cine", dice su viuda en el libro. "Soñaba siempre con el cine. Fue un hombre que elucubraba constantemente. Planeaba en todos los conceptos. Se pasaba los días enteros planificando, estudiando proyectos viables, buscando financiación...". Alguno de ellos con su Horacio, Plana, quien ha dado fe de su trágico sino.
La obsesión por volver a dirigir y realizar una gran película, "no necesariamente grande", explica Plana, y la tan ansiada reconciliación con su hijo que no se produjo, éste ni siquiera ha recogido la herencia de su padre y hasta se cambió el orden de los apellidos, "son los dos grandes afanes que no pudo concluir en vida, sus dos grandes sueños", dice el crítico. "Quizá eso sea lo que más le duela a su viuda", concluye.
CARLOS AURED. NOSTALGIA Y PASIÓN
Ediciones Museo Fantástico
Autor: Miguel Ángel Plana
Colaboradores: Carlos Benítez y Ángel Gómez
Prólogo: Jorge Juan Adsuara
Rústica a todo color
17X23.5 cm.
320 páginas
ISBN 13: 978-84-617-2533-5A la venta en librerías especializadas
PVP: 16 €
Pedidos por correo: edicionesmuseofantastico@gmail.com